Cambiar para resistir. Con el terno de concejal, he vuelto a entrar en la que desde finales de los sesenta y durante cuatro años fue mi clase: estrenando la EGB, no decíamos aula. Me asomé a ella, apartándome de la comitiva (institucional por supuesto), y no encontré ni clase ni aula. Ese espacio es desde hace pocas semanas biblioteca del colegio público "Juan XXIII", ahora de Infantil y Primaria. Fui sorprendido por una profesora, sentada en el extremo más alejado de la puerta. Ocupaba el mismo hueco que había pertenecido a don Ramón, el maestro que palmeta en mano me enseñó a leer rápido y a escribir sin faltas. Nada que ver, dije, el aula abigarrada y gris de nuestro "Camino Verde" –el nombre del barrio se imponía al del Papa– y esta nueva biblioteca, espaciosa, iluminada, de idénticas dimensiones y sin embargo más larga y ancha que la clase de mi infancia. Sin niños, sin pupitres, sin don Ramón. Volví cabizbajo al grupo. Pensaba que no puedo pasar tanto tiempo sin mirar atrás, así sea de reojo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Entrañable. Yo también estudié en el Camino Verde. ¿Qué fue de Don Ramón?
ResponderEliminarse jubiló hace muchos años, sigue paseando por el pueblo: sombrero, bastón, gafas oscuras..., pocas veces tuvo que ponerme la palmeta encima
ResponderEliminaryo estudié en el colegio del camino verde, mi maestra doña Victoria, (todo dulzura) y más tarde doña Antonia Vinagre ( menos dulzura, pero no era como su apellido, eso tampoco).
ResponderEliminarYo también hice allí mis primeras letras y números, desde 1º a 3º de EGB. No estoy muy seguro, pero creo que los tres años con la misma maestra, doña Chon, mujer del director, que terminó siendo inspector de educación, Álvaro. Mis recuerdos de aquella época son muy vagos, no sabría situar mi aula. Aun así, es "mi paraíso perdido", mi infancia y, solo por eso, entrañabla.
ResponderEliminar