Cómo tengo la buganvilla, oiga. No crean que no me ha costado. Maceta abajo, maceta arriba. O poco sol o mucha solana. O se enguachina o se reseca. Las flores de la buganvilla no son las que lucen de colores. Sus verdaderas flores blancas pasan desapercibidas. Voy a ver si la guío, que para eso es planta trepadora. De reojo me seguiré ocupando del jazminero, tan resistente a morir como a florecer. Mi abuela tenía su jazmín al sol del sur en la terraza y lo regaba con abundancia en verano a la hora más calurosa del día. Al anochecer se abrían las flores del jazmín en el tocado mágico de mi abuela. Ella sonreía. Nunca hubo agua tan refrescante, nunca conocí nada tan vivo. Y, escuche, hasta ahí puedo oler. Hasta ahí, sin que palidezca de ridículo mi ya pretenciosa buganvilla.
[i.jfgras. La buganvilla. 2012]