La urbanidad

Qué antigua, la urbanidad. La urbanidad es comportamiento de gente que se demuestra educada siendo respetuosa. ¿A ti de chico no te enseñaron urbanidad? Te la enseñarían, pero ¿la aprendiste? Buenos modales, la llamaban. Recuerdo normas que serían muy útiles para quien se moviera en ambientes y mesas que no he frecuentado. Y no me refiero a usar la pala del pescado o a no cortar con el cuchillo la tortilla (bastaba el tenedor). Tampoco a las más básicas, hablar con la boca llena o poner los codos en el mantel. Las había que he olvidado porque nunca tuve ocasión de practicarlas. La forma en que era preceptivo dirigirse a personas de alcurnia, por ejemplo. ¿Cómo las reconoces?, ¿quién discrimina eso de la alcurnia? En fin, yendo al grano, la urbanidad suena a rancio. Como platos por los que hace tres décadas sentíamos devoción sin saber bien por qué –el cóctel de gambas o el melón con jamón, los san jacobos o la ternera a la jardinera, el pijama o la tarta al güisqui– hasta que un día fueron cayendo en desgracia. Sin embargo, como algunos de esos platos, la urbanidad no pertenece al pasado. Cuánto se agradece ahora que saludes y te respondan con respeto. Paseando por la calle o en las redes sociales, enviando un correo electrónico o al entrar en un bar, despidiéndote. Buenos días. Hola qué tal. Adiós, me iré... Cuando falta, la urbanidad más elemental se echa de menos.

[La otra tarta al whisky de El Comidista]