"Es que estoy hecho un profesional", he oído responder azorado a un joven limpiador de cristales en comercios y oficinas, al que habían piropeado por su trabajo: "Qué bueno eres, los dejas como los chorros del oro". Las lunas y los escaparates lucen gracias a su buen oficio, que ejerce por cuenta propia. Empezó con dos gamuzas y un cubo, puerta a puerta, y ahora tiene utensilios y productos con los que gana en rapidez, limpieza y costes. Es cumplidor, muy puntual, y respeta los horarios y las tarifas que concierta con sus clientes. Ciertamente, es un profesional. Lo es, no porque realice una actividad con la que se va ganando la vida, sino porque lo hace "con aplicación, seriedad, honradez y eficacia". Este muchacho, un muchacho emprendedor, no tenía estudios ni capital (económico: hay otros capitales). Mujeres y hombres como él, incluso con carrera y estabilidad laboral, sí merecen el calificativo de profesionales. Sin salir de mi barrio, se me vienen a la cabeza otros veinte ejemplos, tan apropiados como el del limpiador de cristales: el que atiende a domicilio a mayores en cama o la que cocina raciones en su bar... Son –eficaces, aplicadas, serias y honradas– personas trabajadoras. De acuerdo con que la formación puede resultar básica para convertirse en profesional, pero para llegar a sentir y producir satisfacción lo que hace falta es un adecuado aprendizaje a lo largo de la vida. Y sin satisfacciones no hay profesionalidad. En tiempos convulsos, va por ellas.
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Muy bueno. Qué gran verdad
ResponderEliminarHAY UNA PROFESIÓN ANTIGUA Y POCO VALORADA QUE MERECE RECONOCIMIENTO: AMA DE CASA, TRABAJADORAS SIN IGUALDAD.
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