Hay verdades como puños, espadas como labios, comentarios como entradas. Convierto un comentario reciente en esta entrada de blog.
Días atrás, porque venía al caso, escribía que en mi blog siempre he mantenido la norma de no tolerar insultos ni ataques ofensivos contra nada ni contra nadie. Es norma habitual en la mayoría de bitácoras. Entre los casi mil mensajes recibidos hasta ahora, sólo he tenido que dejar sin publicar tres comentarios: una descarada suplantación de personalidad, un insulto a un tercero y otra suplantación de personalidad, que además descalificaba a alguien.
A partir de ahora moderaré también los comentarios –en especial, los anónimos y los presuntamente anónimos– que no tengan relación con el contenido de la entrada que escribo en mi blog. O sea, que si cualquiera desea comentar lo que le venga en gana, puede seguir haciéndolo. Está en su derecho de expresarse, pero no necesariamente aquí. Si ese comentario no tiene relación con los temas que trato o sugiero en lo que escribo, me reservo otro derecho: el de moderar su comentario. Seguro que no le causo ningún extravío; los lugares donde puede publicar son miles. No me refiero a paredes abandonadas ni puertas de aseos, sino espacios virtuales: foros de ediciones digitales de periódicos de la región, sin ir más lejos. Aquí no. Si siente desamparo, puedo sin problema facilitarle docenas de direcciones donde sin duda será bienvenido.
Titulo esta entrada con el nombre común de autores y autoras que no se identifican. Es una suerte de homenaje a hombres y mujeres que no dan su nombre y también están en su derecho. Lo malo no es ser o mostrarse anónimo (prefiero una opinión anónima que el silencio), sino lo que a veces se esconde debajo de él. Y pretender volver al anonimato sin conseguirlo, como le ocurrirá a quien a su pesar es deslumbrado por los focos quizás para toda la vida. Por ejemplo, 33 mineros de Chile que después de 70 días de oscuridad vuelven a la luz, 700 metros sobre sus cabezas.
[i.jfgras. ¿Anónimo? 2010]
Días atrás, porque venía al caso, escribía que en mi blog siempre he mantenido la norma de no tolerar insultos ni ataques ofensivos contra nada ni contra nadie. Es norma habitual en la mayoría de bitácoras. Entre los casi mil mensajes recibidos hasta ahora, sólo he tenido que dejar sin publicar tres comentarios: una descarada suplantación de personalidad, un insulto a un tercero y otra suplantación de personalidad, que además descalificaba a alguien.
A partir de ahora moderaré también los comentarios –en especial, los anónimos y los presuntamente anónimos– que no tengan relación con el contenido de la entrada que escribo en mi blog. O sea, que si cualquiera desea comentar lo que le venga en gana, puede seguir haciéndolo. Está en su derecho de expresarse, pero no necesariamente aquí. Si ese comentario no tiene relación con los temas que trato o sugiero en lo que escribo, me reservo otro derecho: el de moderar su comentario. Seguro que no le causo ningún extravío; los lugares donde puede publicar son miles. No me refiero a paredes abandonadas ni puertas de aseos, sino espacios virtuales: foros de ediciones digitales de periódicos de la región, sin ir más lejos. Aquí no. Si siente desamparo, puedo sin problema facilitarle docenas de direcciones donde sin duda será bienvenido.
Titulo esta entrada con el nombre común de autores y autoras que no se identifican. Es una suerte de homenaje a hombres y mujeres que no dan su nombre y también están en su derecho. Lo malo no es ser o mostrarse anónimo (prefiero una opinión anónima que el silencio), sino lo que a veces se esconde debajo de él. Y pretender volver al anonimato sin conseguirlo, como le ocurrirá a quien a su pesar es deslumbrado por los focos quizás para toda la vida. Por ejemplo, 33 mineros de Chile que después de 70 días de oscuridad vuelven a la luz, 700 metros sobre sus cabezas.
[i.jfgras. ¿Anónimo? 2010]
Seguro que entre mis amigos no hay gente de ese tipo.
ResponderEliminar