23/7/12

La calle

Desde que el Ayuntamiento prohibió aparcar "a ambos lados", por mi calle transitan menos vehículos y juegan más niños y niñas. No estacionan coches y en los meses más duros del verano su lugar viene siendo ocupado por sillas. Estas sillas, las de comedores, cocinas, patios y doblaos, son dispuestas al atardecer a la puerta de media docena de casas del casco antiguo. Las hay de estilo castellano, de tijera, de playa, de enea. Enfrente del escalón de mi casa no falta cada día un sillón de oreja. Y poco después, cuando el calor empieza a remitir, las sillas son a su vez ocupadas por vecinas, que se arremolinan hasta más allá de la media noche. Charlan bajito, con desgana y sin temple. Su realidad es su realidad, la de otro tiempo ahora. Si circula por la calle una furgoneta, se detiene y las sillas son apartadas despacio para ceder la distancia justa, ni un centímetro más. Los saludos a quienes pasean o se recogen suelen ser parcos, adiós y buenas noches. No se sienta una en la calle para ponerse de cháchara con el primero que se cruce. Y bastante ruido hace la chiquillería, que no siente ni la calor ni el paso espeso de los días. Estos días azules...

[jfgras. Sillas. 2012]

2 comentarios:

  1. Estos días azules
    y este sol de la infancia

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  2. Hubo uno que dijo, para acabar malamente con las chácharas, que la calle era suya.

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